En esta administración parece que hay dos que simplemente no se entienden: la Procuraduría General de la República y el Poder Judicial. Parece un partido de futbol, y omitiremos los pensamientos de complot en los que el resultado puede estar arreglado, quedémonos con esta analogía sólo por aquello de unos salen y otros entran entre aplausos y abucheos, con un árbitro ciudadano incapaz de entender tan malas jugadas.
Los errores procesales, frecuentemente convenientes para quienes tienen que rendir cuentas a los mexicanos, afectan a inocentes que no merecen encabezados en los diarios y dejan en posibilidad de recuperar la libertad a quienes siendo culpables tienen los medios para encontrar las llaves maestras.
Estos detalles, distracciones y equívocos le están saliendo muy caros a la justicia mexicana, no sólo en términos presupuestales sino en lo que respecta a la confianza en las instituciones y en las leyes. Es urgente que México cuente con leyes efectivas que proporcionen certeza a los ciudadanos, un sistema que de tranquilidad y garantice que la inocencia o la culpabilidad no son una cuestión que se determine por cuestiones políticas, económicas o sociales sino que todos seamos iguales ante la ley.
La justicia no puede ser cuestión de enfoques. Esperamos que en México dejemos esa dependencia celestial en la que esperamos que sea Dios el que nos ampare y que se respeten los derechos de acusados, de víctimas, de todos los ciudadanos.
